Los científicos señalan que la temperatura media del planeta subirá 3º centígrados hacia 2050 y hasta 6º en 2100.
Una proyección tan catastrófica debería ensombrecer cualquier otra reflexión que no fuera la de frenar de una vez por todas el calentamiento global. Sin embargo, todas las aportaciones que se realizan en este documento muestran que aunque el objetivo último sea recuperar la óptima sensibilidad medioambiental que demanda nuestro planeta ningún fin se alcanza sin tener presente todo el contexto.
Lo cierto es que para ganar la batalla a los negacionistas del cambio climático o a los diletantes que simplemente lo minusvaloran, hay que trabajar en otros frentes además de en la sostenibilidad ambiental. Por ejemplo, el modelo económico del planeta, la disyuntiva entre educación y fanatismo, o el papel de la mujer en amplias zonas del mundo llamadas a ser referentes en las próximas décadas. Nuestro modelo económico muestra síntomas de cansancio.
El capitalismo liberal ha aprovechado la coyuntura de la última gran crisis económica para erradicar el Estado de Bienestar del mundo occidental. La recuperación económica no consigue disimular la creciente divergencia entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco o muy poco. Por desgracia, este reto sigue siendo interpretado como un ciclo vital del propio capitalismo y amenaza con llevarnos en volandas hasta una nueva gran crisis y está por definir si será la penúltima o la definitiva.
Existen indicadores positivos. El desarrollo tecnológico que experimentamos nos define como una sociedad innovadora, abierta al cambio y a la experimentación. Todos estos elementos nos señalan, en términos evolutivos, como una fuerza de la naturaleza al alza, capaz de adaptarse y de sobrevivir. La sociedad actual redefine las tradicionales estructuras de poder y lo adelanta por izquierda y por derecha con nuevas maneras de relación y de decisión.
La economía colaborativa es una perfecta muestra de esta nueva realidad social. Los modelos de intercambio de bienes y servicios están llamados a redefinir los elementos básicos de la propiedad tradicional (hipoteca para casa, préstamo para coche…) y a establecer nuevos modelos de relaciones laborales.
Pero también aquí hay sombras. La tecnología empuja a una nueva generación de jóvenes a ser emprendedores o trabajadores por cuenta propia en un marco de competitividad salvaje. Algunos de estos nuevos profesionales tienen esa vocación empresarial, otros -la mayoría- no y acaban viendo cómo los derechos laborales que asistieron a sus padres se convierten en mecanismos de precarización. Y todo sin hacer mucho ruido, abrigado por la excelencia cool de unas startups que estamos inflando con entusiasmo para no quedarnos sin burbujas.
La depresión que barre EEUU bajo la apariencia de una epidemia de opiáceos es un pálido reflejo del miedo que acecha en el mundo blanco occidental. Por una parte, una generación de 45 a 55 años relacionados con sectores redefinidos por la nueva economía y que encuentran serias dificultades para una nueva inclusión laboral. Por otra, los jóvenes, expuestos a un mercado que les exige, en cuanto a conocimiento de acuerdo con una competencia global, pero que —como queda dicho— les depara entradas paupérrimas en el mundo laboral. El estrés y la depresión se consolidan como enfermedades sociales entre jóvenes con décadas de desempeño profesional por delante.
En esta composición global es inevitable referirnos a la zona Asia-Pacífico, donde en apenas 15 años se concentrará el 70% de la clase media mundial. Aunque China e India siguen siendo las locomotoras de este desarrollo, todos los países de la zona muestran comportamientos de crecimiento y desarrollo por encima del resto del planeta.
Existen consecuencias directas sobre el consumo: los combustibles fósiles y sus derivados dispondrán de espacio para su crecimiento debido a la demanda de esta nueva fuerza demográfica y social. Lo mismo sucederá con el espacio social. En 2050, el 70% de la población mundial vivirán en ciudades. El mayor número de estas ciudades hoy apenas son pueblos y su desarrollo se concentra en Asia-Pacífico.
Frente a las consecuencias directas, es preciso combinar tres elementos que son referencia en la zona. En China, el desarrollo de una clase media muy amplia deberá convivir con un Estado liderado desde hace décadas por el Partido Comunista. De momento, no solo han convivido, sino que han protagonizado el mayor crecimiento del siglo XXI. Todo ello no oculta el hecho de que una sociedad de alto estándar democrático como Hong Kong se niega de manera manifiesta a su plena integración en la estructura de la República Popular.
En la India, otro país continente donde el ascenso de la clase media es muy llamativo, el reto por venir pasa por la convivencia entre una rígida estructura de castas que define al país aún hoy, con una sociedad a la que un mayor poder adquisitivo equiparará en lo económico. Y, toman- do como punto de partida este país, llegamos al último elemento de este enunciado: la mujer.
En amplias zonas de Asia-Pacífico el papel de la mujer está relegado a un segundo plano. Por supuesto que lo está en las sociedades musulmanas, pero también en países que con otras confesiones atribuyen un papel gregario al sexo femenino.
En el siglo XXI, el desarrollo social y económico de esa vasta zona del planeta redibujará el papel de la mujer en unas sociedades tradicionalmente pensadas para y por el hombre. Ese empoderamiento de la mujer constituiría en sí mismo una noticia netamente positiva para el conjunto del planeta.
Aunque aparentemente relegadas en el aspecto social-económico, EEUU y la Unión Europea siguen constituyendo el referente del mundo democrático heredero de los principios liberales de las revoluciones del siglo XVIII y XIX. Este intangible debiera ser el principal activo de ambas sociedades para aprender de los errores acuñados en los años pre-crisis y todavía no subsanados en una desigual recuperación.
Es bueno que se desarrolle Asia-Pacífico. Lo será también cuando el turno llegue a América Latina o a África. Pero mejor, sin duda, será cuando todos nos demos cuenta de que hay un empeño planetario que demanda el desarrollo de todos de manera solidaria y racional. Entonces el problema del calentamiento global se convertirá en la solución de un mundo definido por los atributos de la razón universal.
Carlos Prado, presidente de Ecovigo
Xurxo Torres, director general de Torres&Carrera