Dicen algunos que la publicidad es una manera de socializar el consumo, al menos cuando éste existe.
Comentan otros, no necesariamente los mismos que manifiestan lo anterior, que al menos existen dos tipos de publicitarios: los preocupados estrictamente por crear anuncios con el objetivo de enganchar al consumidor para que compre y los que solo buscan inflar su ego creativo con el dinero del anunciante.
Sin rechazar cualquiera de las anteriores opiniones y aunque solo sea por hallar partidarios entre los que dicen y los que comentan, yo pretendo brindarles un axioma: los anuncios no nos pertenecen a los publicitarios, ni a los que crean con honradez ni a los que conciben para el lucimiento personal, y aún más, los anuncios tampoco pertenecen a quienes los encargan y pagan.
Un anuncio una vez insertado en el periódico o emitido en la televisión o radio, ya pasa a ser de titularidad pública en un claro ejercicio de socialización democrática.
En 1978, cuando yo era un ilusionado becario en el Ecovigo Publicidad del número 56 de la Calle Camelias, un publicitario –a quien califico de genio, entonces y ahora- creó a Rodolfo Langostino para dar respuesta a las necesidades inmediatas de Pescanova y no como lucimiento personal.
En las navidades de ese mismo año, cuando el hoy famoso personaje se asomó en forma de spot de 20 segundos a la única televisión de entonces, pasó a ser propiedad de los telespectadores de la época y de todos aquellos que, hasta hace bien poco, han seguido contemplándolo a lo largo de tantas navidades.
Más allá de “pre-concurso”, “deuda oculta”, “impugnación de cuentas”, “fondos propios”, “falta de liquidez” “quiebra técnica”, “concurso de acreedores”, “grupos inversores”, “sanciones de la CNMV”; más allá de todo este farragoso barullo, a Rodolfo Langostino que no lo toque nadie. Porque es de propiedad pública.
Y muy por encima de todo, que Pescanova siga navegando con toda su tripulación por todos los mares del orbe durante veinticinco navidades más, cuando menos.
Carlos Prado
Artículo publicado el 11 de abril de 2013, en Faro de Vigo