En las últimas horas se han sucedido todo tipo de declaraciones en torno al acuerdo de paz alcanzado en Colombia. Me quedo con la del ex-presidente de Gobierno, Felipe González que lo ha equiparado con la caída del Muro de Berlín. Comparto la perspectiva de que nos encontramos ante un hecho histórico que marcará de manera decisiva el siglo XXI. Lo hará en Colombia, lo hará en la región y tendrá alcance planetario.
Lo primero que quiero destacar es el valor de los colombianos para ganar la paz. La paz no se alcanza, ni se firma, ni se obtiene… se lucha metro a metro construyendo puentes de entendimiento. El concepto no es mío sino de Isaac Newton: «Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes». Colombia lo ha hecho, ha construido un puente sobre 50 años de guerra civil. O dicho de otro modo ha levantado un puente sobre algo tan oscuro y sórdido como el Muro de Berlín.
El próximo domingo Colombia ratificará en las urnas un futuro que afectará a toda la región. Cuando Europa y EEUU parecen plegarse al miedo que alimenta los extremismos más peligrosos, América Latina inaugura una senda en el que los movimientos políticos pendulares parecen dar paso a nuevas fórmulas de convivencia. Y la idea tampoco es mía sino de Rigoberta Menchú: «La paz es hija de la convivencia, de la educación, del diálogo».
Traigo a colación a un inglés como Newton y a una guatemalteca como Menchú para refrendar el impacto global y cosmopolita del acuerdo que está a punto de ser refrendado en las urnas colombianas. El próximo 2 de octubre, el mundo estará pendiente de Colombia y por primera vez en décadas no será por la sangre derramada sino por la fuerza de un pueblo que ha ganado la paz a pulso.
Durante los últimos años he tenido la oportunidad de participar en calidad de Observador Internacional en varios procesos electorales en Colombia. Este domingo lo volveré a hacer invitado por la Organización Electoral de Colombia. En todas estas visitas he tenido la oportunidad de comprobar la limpieza democrática con la que se gestionan estas llamadas a las urnas. Y con todo, la convocatoria del 2 de octubre la espero con cierta ansiedad porque, más allá del privilegio de vivir un momento histórico en primera persona, la fecha referida abre la posibilidad de poner fin a 50 años de una guerra en la que han muerto más de 220.000 personas y ha provocado el desplazamiento de casi otros cinco millones. Como indican las cifras el muro era muy grande.
Solamente atino a enfrentar el dolor de todas y cada una de esas desgracias individuales con la grandeza de una sociedad capaz de ganar la paz y con ella el futuro. Creo que el potencial de la Colombia resultante de este proceso no tiene límites. Tiene, eso sí, importantes retos. Como tantos otros países de su entorno, Colombia tiene la necesidad de combinar sus múltiples recursos naturales con un desarrollo social y económico que favorezca la convivencia de todo su pueblo.
Para que nadie se alarme no estoy realizando una proclama anticapitalista, aficionado como soy al realismo mágico de García Márquez, la vida me ha mostrado los límites razonables de nuestros sistemas políticos. No se trata, por tanto, de una llamada al desorden sino al equilibrio de una sociedad en la que cada cual debe aspirar al máximo de sus posibilidades al tiempo que demanda que sus gobernantes velen satisfactoriamente por los menos favorecidos. El gran puente de la paz debe dar lugar a pequeños puentes de convivencia empática.
Cuando Europa sufre las consecuencias de enterrar el Estado de Bienestar, cuando EEUU recupera con más intensidad que nunca el discurso de los muros y el aislacionismo, cuando el mundo entero parece sobrecogido por la amenaza terrorista, América Latina tiene la necesidad histórica que ocupar el espacio que por derecho le corresponde en el marco de la sociedad global. En mi opinión, está circunstancia se empieza a percibir en distintos países latinoamericanos, pero sin duda donde se observa con más claridad es en Colombia. Con todo por hacer, a partir de la paz ganada, la tierra de Simón Bolívar vuelve a marcar la senda de todo su entorno. El viaje promete ser apasionante y más que nunca quiero ser argonauta.
Carlos Prado
Artículo publicado el 27 de septiembre de 2016, en www.farodevigo.es