Con el paso de los años es muy difícil que, por momentos, no te rindas a la nostalgia. El regusto placentero de un buen recuerdo resulta demasiado tentador para que esto no suceda. Casi podríamos decir que forma parte de lo que «El Rey León» popularizó como el ciclo de la vida. Lo que resulta más raro es que el pasado protagonice un triple salto mortal en el espacio-tiempo y cobre una vigencia que trasciende lo necesario para convertirse en fundamental.
Para los que crecimos bajo el influjo cultural del vinilo este renacer de las cenizas es muy fácil de entender. Como consumidores nos hemos rendido interesadamente a la tecnología y la adaptación digital de la música, pero cuando escuchamos o leemos que el vinilo vuelve a estar de moda no podemos dejar de emocionarnos con el recuerdo de aquella experiencia de navegar entre elepés.
Los profesionales de la comunicación sabemos que esta evocación resulta muy eficaz en determinadas campañas. Apelar a ese recuerdo latente de nuestra memoria obtiene unos retornos emocionales por lo general muy satisfactorios.
Hoy, sin embargo, quiero reivindicar -y no es la primera vez- lo que considero una anomalía extraordinaria en esta galería de recuerdos entrañables. Me refiero a Rodolfo Langostino y a su reciente (y exitosa) vuelta a escena.
Para los que sentimos Vigo como un extensión de nuestra propia piel, Pescanova es algo más que una empresa o una marca comercial, es un símbolo primigenio de una ciudad abierta al mundo a través de los océanos. Su caída en desgracia corporativa de hace unos años nos dolió a todos como solo duelen las cosas que nos son cercanas. Por eso resulta especialmente satisfactoria esta sensación de vuelta al hogar que nos ha aportado la recuperación de Rodolfo Langostino.
Se ha escrito mucho -y generalmente bien- sobre lo redonda que resultó esta creatividad desarrollada por Ecovigo en 1978. A lo largo de décadas, Rodolfo Lagostino ha sido uno de esos regustos placenteros del pasado a los que me refería al inicio de esta reflexión. Sin embargo, en estos momentos, más que del personaje o de la campaña quiero destacar la habilidad de la nueva Pescanova al recuperar la vigencia de este icono de nuestra historia.
La industria de la alimentación, como sucede con el conjunto de la sociedad, está condicionada por unos procesos comunicativos complejos y eficaces. La complejidad viene dada por un entorno de auditoría real de 360º por parte de todos los grupos de interés con los que se relaciona en la actualidad cualquier compañía. Por su parte, la eficiencia responde a la necesidad de hacer tangible un proceso tan etéreo como el comunicativo, esto es la comunicación enfocada a la gestión del negocio.
Rodolfo Langostino es una maravillosa anomalía porque además de enternecernos con una evocación que goza de plena vigencia, lanza un mensaje de regeneración coherente con el camino emprendido por la nueva Pescanova. Ese simpático ligón pampero no habla solo de lo que fuimos sino, sobre todo, de lo que podemos volver a ser. Ese mensaje es el resultado de una reflexión empresarial, de un sentido de la gestión que nos permite volver a creer en el proyecto. Y esto, en los tiempos azarosos que nos toca vivir, simplemente no tiene precio.
Carlos Prado
Artículo publicado el 14 de enero de 2016 en www.farodevigo.es