En un día como hoy apelar a conceptos patrimoniales -lo mío, lo nuestro- puede resultar polémico. El péndulo de la vida nos hace transitar caminos donde afloran el proteccionismo, las fronteras (tanto mentales como físicas) y se tiende hacia un inmovilismo social como postrera rebelión contra una globalización imparable. En este escenario, hablar de “lo nuestro” parece evocar una idea con cierta vigencia, pero con una inequívoca fecha de caducidad.
Hecha esta introducción, tengo que reivindicar el valor histórico de este concepto tanto porque hubo un tiempo en el que no estaba condicionado por las acepciones a las que me he referido como porque mantiene todo su sentido si se combina vital y semánticamente de manera correcta.
En 1988, tuvimos la oportunidad de empezar a trabajar para la división de protectores de la madera y pinturas del entonces conocido como Grupo Zeltia. Sin apenas darnos cuenta, han pasado 30 años, un periodo de tiempo en el que han cambiado muchas cosas y otras, afortunadamente, han seguido en su sitio.
Xylazel acaba de ser adquirida por la líder mundial del sector, AkzoNobel, por 21,8 millones de euros, una cuantía que evidencia el valor que nuestra compañía ha ido consolidando año tras año desde aquella década de los ochenta del siglo pasado.
Un valor que en todo este periodo se ha ido cimentando en torno a la fuerza implícita de esta marca. En nuestro inicio de relación esta idea fue el eje central del posicionamiento propuesto: “El valor de lo nuestro”. Ya lo he desvelado, “lo nuestro” como un valor diferencial, distintivo, sí, es cierto, pero también integrador, también generador de sinergias.
En aquel contexto, competir en un sector como el de las pinturas y barnices desde una posición periférica como la que ocupaba Galicia, era muy difícil. Dentro de la estrategia de marketing de la compañía, comunicativamente el primer reto consistía precisamente en despojarnos de cualquier complejo de inferioridad y encarar con audacia un mercado que ya abría hacia lo global. El segundo, era hacer partícipes a todos los trabajadores de que la suma de sus esfuerzos era fundamental para alcanzar la excelencia que demandaba el entorno competitivo. Finalmente, y no menos importante, se tenía que mostrar a la sociedad de Porriño, al área metropolitana de Vigo y al conjunto de Galicia que esos productos que pugnaban por trascender fronteras eran unos productos nuestros.
Estos días, en pleno proceso de venta de Xylazel, me han abordado diversos sentimientos. Por un lado, me he encontrado con el halo de la nostalgia. Han sido tantos los momentos vividos a lo largo de cuatro décadas. Buenos y malos, y por supuesto siempre positivos como ha demostrado la marcha de la compañía. Sin embargo, no me he dejado llevar por la tentación de recrearme en el pasado. Es imposible. El exitoso proceso de venta ratifica no solo el presente sino también el futuro de la planta de Porriño.
La multinacional AkzoNobel ha adquirido algo más que un activo industrial, se ha sumado a la cultura de “lo nuestro” y nosotros -como sociedad- estamos encantados de envolverlos en nuestro magma. Y aquel Grupo Zeltia, ahora la poderosa Pharmamar, ha recaudado un dinero que reforzará sus ambiciosas líneas de investigación para seguir combatiendo el cáncer.
Procuro imaginar más valores añadidos en una operación de estas características. No las encuentro. Es más, enumerando las que he referido, concluyo con la idea de que “el valor de lo nuestro” que acuñamos en aquel lejano 1988 mantiene toda su magnitud intacta. Seguiremos trabajando para velar por su legado. Orgullosos de lo nuestro.
Carlos Prado
Artículo publicado el 12 de octubre de 2018, en Faro de Vigo