Acabo de terminar un libro que me ha fascinado hasta el punto de no encontrar mejor remedio para satisfacer la benéfica influencia que me ha aportado su lectura, que compartir públicamente las conclusiones a que me conduce.
No es habitual que un viejo libro permita ver claro cien años después de haber sido escrito. Pero este caso sucede porque en tiempos de confusión como los que atravesamos, preñados de hechos desconcertantes, de promesas de quita y pon y a menudo de explicaciones hechas al único propósito de despistar, El ciudadano contra los poderes de Alain (Tecnos Madrid, 2016), nos enseña con enorme sencillez a creer en el hombre, en su capacidad de liberación a través de la cultura y nos impulsa a cultivar la democracia como un deber que obliga a todos a implicarse en el gobierno colectivo.
Los Propos de Alain, podrían parecernos un recetario mágico escrito en estos días por un mago para combatir el desaliento que cunde por doquier cuando los peores augurios sobre el negro futuro de la democracia amenazan con tornarse realidad, cuando incluso las Prophéties del alquimista Nostradamus advirtiendo del triunfo de Donald Trump parecen cumplirse. Y así sería si no estuviéramos ante la obra del gran mentor de la idea radical, de uno de los padres del mensaje democrático que sirvió para forjar el discurso cívico que en el siglo XX se expandiría por Europa y buena parte de América.
Alain, seudónimo de Émile Chartier, fue un hijo del caso Dreyfus, turbia trama de espionaje en la que subyacía un terrible conflicto entre la “Razón de Estado” y el derecho de todos los ciudadanos a conocer la verdad y a participar en la construcción de su legitimidad democrática. Un episodio que concluyó con el triunfo de la República a costa de un enorme sacrificio que exigió superar la corrupción interna que estaba descomponiendo el Estado republicano y que condujo a la reconstrucción de las categorías y conceptos democráticos de la que surgiría nuestro actual entendimiento de la escuela y del papel del profesor como eveilleur, como la persona que nos despierta a hacernos nuestras propias preguntas.
Frente a los que condenando a Dreyfus aspiraban a implantar en Francia un régimen de poder semejante a los que imperaban en el resto de Europa, Francia para Alain era la República y la República, para imponerse a su tiempo histórico, debía ser expresión fidedigna de una ciudadanía siempre activa y siempre alerta frente al poder y a los poderosos que aspiraban sin tregua a dominar, a usurpar… a despojar a los ciudadanos de su derecho a participar en la formación de la opinión colectiva.
Alain explica en los Propos que la defensa de la República contra sus enemigos, interiores y exteriores, pasa por revindicar la Política ante el poder. Política y poder son dos categorías conceptualmente diferentes que incluso llegan a generar dinámicas definitivamente opuestas.
El poder es fuerza, es mando, es jerarquía. Habla siempre en términos de dominación y responde a una lógica de sometimiento. Su objetivo es imponer su decisión y tiende por naturaleza al abuso. Precisa siempre de la confusión, de la ignorancia y la renuncia humana. Poder es toda aquella instancia que pretende dominar en el silencio, que desprecia la participación de todos… una realidad existencial que nace de la dejación ciudadana.
La Política es otra cosa, es la conciencia de que vivimos en un mundo colectivo, de que nuestra individualidad se encuentra mediatizada por el hecho de vivir juntos. La Política democrática significa en nuestros días la implicación de todos en las tareas colectivas como un deber a sabiendas de que cuando alguien renuncia a su deber, está abdicando de su ciudadanía y permitiendo que un poder ocupe su lugar.
Alain empieza a escribir sus Propos en la prensa de provincias francesa. Unas columnas esporádicas aparecidas primero en La Dépêche de Lorient (Bretaña) que serán en su estructura y mensaje auténticas piezas maestras de concisión y de planteamiento de los problemas, punto intermedio entre la narración del acontecimiento y la razón profunda, con argumentos sopesados que estallan por su propia evidencia y expresados de manera clara: frase corta y de estructura simple en su desarrollo y en una conclusión que enlaza con el principio formando un bucle; “Pensar es decir no”, “Obedecer pero no respetar”, “El radicalismo es sobre todo crítica”, “Resistencia y obediencia”…
Además de los Propos, (un neologismo por él inventado y sinónimo de “idea o reflexión a propósito de algo”), Alain al que sus numerosos discípulos llamaban el gigante, nos sorprende con su ejemplo personal. El profesor que odia la guerra y que sabe que la guerra entraña el sacrifico de los mejores, se presenta voluntario al frente a los cuarenta y siete años porque no puede dejar que sus alumnos mueran solos. El catedrático que en el día de su jubilación, cuando el ministro de educación había acudido a su aula para rendirle públicamente el homenaje que merecía, desaparece sigilosamente por la puerta trasera porque estaba convencido de que la República no puede condecorar a un ciudadano que se ha limitado a cumplir con su deber.
Pero lo que más me impresiona de este libro es su apabullante utilidad en una situación como la actual en la que no tenemos muy claro si nuestros valores han declinado definitivamente o todavía sobreviven a la espera de un profundo reajuste; en tiempos en los que se hace imprescindible reafirmar las ideas sobre ciudadanía y libertad. Y es que cuando parecen volver por su fueros los “mercaderes del sueño” que nos quieren vencer con la mentira acerca de lo que está sucediendo en el mundo y ante la ausencia de Emile Chartier “Alain”, releer sus Propos puede ser un magnifico antídoto contra el adormecimiento.
Por esto se hace tan actual y reconfortante leer discursos como el que pronunció otro gran autor, Albert Camus (discípulo indirecto de Alain), con ocasión de la aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1957, en el que proclama que la tarea de la generación a la que pertenecía no pasa por crear un mundo nuevo, sino por impedir que aquel que conocía se deshiciera.
Y es que justamente la única posibilidad al alcance de nuestras manos para impedir que la Ciudad que hemos recibido desaparezca, consiste en no renunciar a la Política, porque sin Política no puede haber hombres ni mujeres libres, y sin ideas políticas en torno a las que debatir, tampoco habrá lugar a la esperanza, solo la destrucción de la democracia en medio de un reinado de mentiras.
Post Data.
… Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quién lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él… (La sombra del viento. Carlos Ruiz Zafón).
Carlos Prado
Artículo publicado el 23 de noviembre de 2016 en www.farodevigo.es